Nuestras tradiciones

Nuestras playas.

El turismo ha sido considerado nuestra segunda actividad económica. Las bellas playas son un atractivo para los cientos de visitantes que año tras año llegan a visitarnos, lejos del bullicio y de las complicaciones de los grandes centros turísticos.

Es tanto el atractivo de la zona que algunos cordobeses y personas del interior del país han comprado predios a orillas del mar, donde han construido hermosas cabañas y algunos complejos que son visitados o alquilados en temporada alta.

También es posible realizar algunos paseos en lancha para recorrer el litoral moñitero e incluso extenderse hasta San Bernardo del Viento y visitar el archipiélago ubicado cerca de este municipio vecino.

Fiesta tradicional.

Nuestra fiesta tradicional se realiza el 13 de diciembre en honor a la Virgen Santa Lucía. Ese día se hace la procesión por las calles del pueblo, también bautismos, confirmaciones y hasta matrimonios. La fiesta se extiende por tres días con fandangos nocturnos en plaza pública y bailes de sala en el día.

Comida típica.

Nuestro plato típico está conformado por pescado de mar frito, arroz con coco, ensalada y patacones de plátano. Otros platos están conformados por cangrejos, camarón o pescado de río (bocachico), yuca, plátano, ñame y arroz.

Artesanías.

Nuestras artesanías son elaboradas por jóvenes utilizando caracuchas y corales que se consiguen en las playas y en Isla Fuerte. Asimismo algunas mujeres utilizan fibras de árboles frutales para construir bolsos, carteras, aretes, manillas y cinturones.

Mitos y leyendas.

La principal leyenda narra que nuestro pueblo vivió una época de esplendor y opulencia comercial jamás vivida por otro pueblo costeño. Era el tiempo de los grandes y florecientes cultivos de banano y cocotero. Estos le reportaban a la comunidad unos ingresos fabulosos que eran despilfarrados en largas noches de fandango y juerga. Se cuenta que para los días de la Pascua se bailaba fandango durante cuatro días con sus noches en una competencia de poderío fiestero y económico, entre los dos grandes barrios que conformaban la población: El Pozo y El Tamarindo.

Cada barrio elegía su candidata a reina y era coronada aquella que lograse acumular más dinero. Para asegurarse que el dinero recolectado no era prestado, sino el fruto de la actividad fiestera, el 26 de diciembre los fajos de billetes eran quemados en la plaza del pueblo en fantásticas fogatas y a la vista de un público ebrio y trasnochado que había quemado cientos de paquetes de vela al son del fandango.

Hoy muchos años después, en los días de intenso calor, el suelo de la plaza refleja la luz solar y resume una sustancia oscura y aceitosa. Muchos dicen que es el derretimiento de una gruesa capa de esperma de más de quince centímetros de espesor que se fue formando a través de los años y que se mantiene oculta debajo del piso. otros aseguran que es el llanto del reproche por los desafueros cometidos en otros tiempos.

Cuando comenzaron a dar sus frutos las bananeras del Magdalena, empezó la decadencia económica que se agravó con la presencia de la sigatoka negra y la porroca en los cultivos de plátano y cocoteros.

Las historias de los abuelos también cuentan que una de las familias más poderosas de la zona fueron los Rodriguez, dueños de las lanchas que viajaban por el mar hasta Cartagena de Indias. Ellos eran los que más despilfarraban el dinero en los tiempos de riqueza y quiénes se peleaban con ellos perdían el derecho de viajar a la heroica.

Fuente: Boletín Córdoba, Mi tierra de El Meridiano de Córdoba.